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¿Por qué estoy aquí?
No importa. Aquí sigo.
Tal vez regrese de un lugar
aún más oscuro. Distinto.
Hoy hace frío. Hay escarcha
en las mangas de mi abrigo.
La noche amarga ha dado paso
a otro día de fatal incertidumbre.
Temo que la enfermedad
acabe con mis recuerdos,
por eso trato de escribir
todo cuanto observo.
Anoto en esta hoja, por no olvidar este momento:
La ciudad se ha despertado vestida de bruma.
El sol tras la niebla hace que el cielo parezca de nácar.
El gran hotel contempla el paso lento de los trenes
rojos y amarillos con cierta resignada melancolía.
También los arces en otoño se vuelven rojos y amarillos;
era esa imagen la favorita de mi madre.
Estoy sentado en un parque a miles de kilómetros de casa.
Todo aquí me es ajeno y familiar al mismo tiempo.
No importa dónde esté. Me pregunto siempre qué estarás haciendo.
Cada cinco minutos una ambulancia destruye la paz de los jardines
con su implacable aullido. Pronto serán las diez de la mañana.
Un ciclista con gorro me saluda al pasar. Es probable
que mi cara se parezca a la de alguien que conoce.
Correspondo a su saludo. Nada tiene hoy mucho sentido.
Soy un cuervo que viaja con su nido en la cabeza.
A veces, el silencio puede llegar a ser sobrecogedor.
No tengo nada en contra de sobrecogerse.
Es mejor eso que no sentir
absolutamente nada.